Quizá por curiosidad más que por otras razones flotantes del momento, llegó la idea de averiguar un poco en las cartografías antiguas el cómo y no el por qué, ni el cuándo algunas ciudades de este continente pudieron estar en algún lugar de Europa, Asia o África o en cualquier otro sitio del planeta, una planicie de Bogotá o la altiplanicie de bariquisimeto, tal como decía umberto Eco1, bastaba encontrar la posición exacta del “umbilicus” de la misma y el punto donde se mueve el gran péndulo invisible. Estos mapas son dibujos que no pueden ocultar la motivación que los impulsa y sus contenidos confunden el espacio y tiempo, y aunque hayan sido elaborados 500 años atrás, aun reproducen, si se observaran bien, la avidez y el vacío existencial del sujeto que las elabora. Por el trazado nervioso del dibujo se deduce que su autor pudo haber sido uno de los navegantes ebrios que pasaron por el vasto mar de los sargazos2 y no un cartógrafo improvisado. No da imágenes de ciudades reales sino posibles y todas tienen como pared de fondo un modelo mental autoritario; cruces, montículos, rayas indescifrables y sellos que buscan imponer reconocimiento y acreditación de un poder político desconocido y sus letras grandes, retorcidas, enroscadas e inclinadas hacia la derecha, escritas con mucha presión son algunos rasgos grafológicos más destacados que delatan no sólo la personalidad recia, violenta y soberbia del cartógrafo sino de un Sistema Cultural Invasor.
En estos mapas la ciudad tiene un centro magnético y su periferia aparece bien definida porque se encuentra situada alrededor de un monasterio, una fuente misteriosa y un mercado muy animado llamado por lo general “El manteco ”, es decir, de mercaderes de manteca. Por el Sur dibuja una serie de puntos y montículos y un tajo inmenso, una depresión que se abre como una inmensa boca, por donde corría alguna vez un caudaloso rio Turbio, tal vez pudo ser el mismo que conoció y navegó, ya en la realidad y no en el papel, el Tirano López de Aguirre; por el Oeste se levanta un obeliskos, símbolo evidente de algo que el lector debe imagina; por el Norte el Cerro Gordo y al Este el valle de plantaciones de cañas. La ciudad extendía sus dominios poco a poco, de acuerdo al compás imaginario que trazaban sus esferas concéntricas, unas dentro de las otras; y también por su construcción y destrucción permanente a causa del fuego y de las pestes que la obligaban a moverse. Ninguna ciudad en estos mapas aparece dibujada como un objeto social definitivo, sino como una duplicación del espacio real, imágenes de imágenes, porque no son los mapas los que dependen de ellas sino ellas del mapa; en ellos, todas no son del interior o de periferias algunas, ni están en relación con otras , ni son Capital ni Provincia de nada, ni Estado, ni Municipio, ni ninguna separación política o líneas imaginarias que las separen y obliguen, porque forman parte de una constelación de estrellas y todas son consideradas tierras “realengas”, es decir, pertenecen al Gran Rey. A partir de allí, cada ciudad iba a tener un núcleo esencial que las orientaba , un sello real que las unificaba y un símbolo duro encriptado que aun aparece a simple vista pero no todo el mundo puede ver. Con razón y hasta sin ella decía el maestro José Saramago3 “Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que viendo no ven”. Aquel mapa antiguo trataba de representar su objeto genérico-ciudad como un cuerpo vivo que se hacía y desvanecía en sus continuos cambios y aun cuando no se logra fijar en su pintura ni puede, en su sueño o tal vez en sus conceptos, toma de él su esencia, aquellos elementos que la caracterizan, pero que en el fondo no son sino imágenes de nostalgia, recuerdos fugaces de un lugar de origen, amontonamientos , campanarios y burros, los cuales pueden reproducirse como modelos en cualquier otro mapa y hasta en otros mundos. Si fuera posible y la imaginación ayudara un poco, tal vez, los próximos colonizadores del planeta Marte no tendrán otra alternativa que reproducir y usar este instrumento cartográfico arcaico y la misma mecánica. Las ciudades desde los tiempos de la Torre de Babel siguen siendo fantasías creada, una invención continua que busca asentarse en la eternidad pero son frágiles y pasajera como sus habitantes; algunas veces sus imágenes aparecen como invertidas, o colgando de cabeza , otras veces se ven flotando; algunas de ellas son de apariencia tímida y se ocultan tras las montañas pero las más persistentes y tenaces brillan con cierta arrogancia antes de evaporarse en su luz; hay ciudades enigmáticas que parecen nadar en un lago y otras buscan encaramarse encima de las otras como la nueva Jerusalén.
Nada es casual cuando se trata de observar detalles y motivos sublimes donde no parece haberlos pero hay momentos en que la dimensión temporal de continuidad se apodera del espacio real y busca sustituirlo, transformándolo en una especie de mapa sobre el vacío; un trastorno parecido a la ebriedad que confunde y transfiere el mapa al territorio, como si se pudiera traspasar el fenómeno de la vida a las estructuras de las urbes. Da la casualidad que la Iglesia El Cristo se encuentra situada en el lugar donde se cruzan la calle 31 con la carrera 23, un punto exacto, de donde parecen que se originan todos sus influjos y corrientes del mercado. Este hermoso templo de arquitectura gótica tiene el mismo encanto aristocrático de la Catedral de Saint-Denis en Francia y sus bóvedas, arcos, pilastras decoradas, vitrales, y sus cúpulas son agujas que pinchan el cielo azul en los días claros y si algún cartógrafo místico mirara desde el ojo de dichas agujas hasta podría distinguir muy bien el umbilicus de la ciudad y si tiene agudeza visual hasta podría ver la inmensa cruz tendida en el suelo y su fuente, la cual se distingue porque a sus pies hay un derrame que ya se ha convertido en un pequeño riachuelo artificial de aguas potables cuyo caudal fluye regularmente las 24 horas del día Estas aguas saltan y chapotean entre los pies de los mercaderes, los cuales no tiene nada de raro que sean los mismos que fueron sacados del templo pero ahora lo han rodeado y siguen en sus puestos de venta compitiendo ferozmente y adaptándose a la alta inestabilidad del sistema comercial para poder mantener viva sus ventajas. Uno de ellos trae en sus manos una cesta llena de aliños verdes de cebollín, cilantro, ajo porro, perejil, pimentón y ají dulce frescos atados con trocitos de cabuya y grita con todas sus fuerzas,… Un paquetico por un dólar, tres por dos dólares, también se acepta pago móvil, o en efectivo.